Por: Carmelo Corripio Pineda “El Búho”
El Martes murió Héctor Calderón. Tenía 80 años de edad. El Miércoles
Nazer y yo estuvimos con él, velándolo; dos muertos con un vivo, o mejor dicho
“dos vivos con un muerto”, y quien sabe, todo el tiempo se habló de él y
contestaba a través de otra persona que nos corregía porque lo conocía mejor.
Hablamos de su origen, su vocación, el rompimiento con las normas impuestas, su
ímpetu personal por buscar su destino. Héctor Calderón buscó incesantemente la
justificación de esta vida, como todos nosotros; la suya fue un misterio, tal
vez la justificación exacta se encuentre después de la muerte. Como en todo
acompañamiento con la muerte, todo es silencio. No sabes qué piensa la viuda,
sus hijos o los acompañantes. Un malestar desagradable gravita en todos, lo
atenúa, el café, las galletas y los cigarros. La edad de Nazaret Kuri y la mía
es muy avanzada, con la meta al frente, a estas alturas ya no caben planes,
menos proyectos, puedes llegar a Rusia, pero quien sabe si regreses; pero es
extraña nuestra conducta, no quieres morir, no obstante el suplicio de los
últimos años, sin poder correr o escalar, sólo apoyándote en el pasamanos para
no caerte.
Sueñas constantemente con el retorno, el regreso a los 30 años, como el
caso de “Benjamín Button”, nació anciano, cada año disminuía su edad, hasta ser
bebé y morir en brazos de su esposa ya vieja. Pareciera que la vida es la casa
del terror.
El Martes muere Héctor; el Miércoles lo velamos. El Jueves llegué a
casa aquí en Iguala, alrededor de las 8:30 pm. Mi esposa sirvió los alimentos,
mi nieto Carlos Castro Avilés se encontraba con nosotros. Le llamaron con
urgencia, salió al negocio de sus padres en Obregón esquina con Pinzón, “el
negocio de serigrafía tiene 20 años” instalado a la vuelta de mi domicilio. Mi
esposa con el presentimiento de las mujeres (que es un don que les otorga la
divinidad a las mujeres), con el propósito de defender a su familia, a sus
seres queridos y preservar la especie. Yo continué aparentemente apacible
consumiendo mi café, pero una inquietud movía mi corazón. Hablé con mi nieto y
me dijo breve y perturbado: “Le dispararon a mi mamá”. Mi nuera y mi hijo
atienden su negocio personalmente. De ahí ha salido el alud de dinero para
sostener a sus tres hijos, que están por concluir sus estudios profesionales.
Dos individuos --imposible dialogar con ellos-- en estado demente, le pidieron
las llaves al acompañante de mi nieta y le dispararon en varias ocasiones al
mismo tiempo, a tres metros de distancia. El shock circunstancial lo gobernó
Dios; los disparos sobre los jóvenes hicieron blanco en Ángel Leonardo Lucena
Helguera, en su pantorrilla y brazo derecho. Los disparos sobre mi nieta los
desvió Dios. Por la rapidez del evento Dios no pudo evitar que uno de ellos se
incrustara en el costado izquierdo de mi nuera Leticia Avilés, perforándole el
pulmón y saliendo el proyectil por el lado opuesto, por donde corrió la
hemorragia salvándose de la asfixia. Mi hija Gabriela Castro Bustos avisada
llegó oportuna y ordenó su traslado a la Clínica “Royal Care”. El doctor cirujano
oncólogo Baltazar Soto Dávalos orientado y guiado por Dios, la intervino con su
ciencia y la salvó. Como siempre, los representantes de nuestras instituciones
a quienes pagamos generosamente con los conceptos de impuestos, multas,
recargos y mordidas, etc, llegaron al hospital donde se encontraban las
víctimas, para que rindieran su declaración y denuncia, impedida su
imprudencia, porque el joven Ángel se encontraba sedado y la señora Leticia en
terapia intensiva. Había más de 200 personas en la entrada de la clínica
interesadas por la gravedad de las víctimas, cuando llegó el Ministerio Público
y las otras autoridades. Los increparon con gritos: “¡En vez de venir con los
heridos, por qué no se encuentran persiguiendo a los delincuentes. Ya sabemos por
qué no los agarran, porque ustedes son sus patrones. Es una alianza malvada.
Estos criminales de las motos tienen dos años matando gente en Iguala. Ustedes
hacen el corralito y dicen que abren una carpeta de investigación y no agarran
a nadie, porque ustedes son sus jefes. Ustedes los envían a robar!”, les
advirtió el grito iracundo de la gente apostada en la entrada de la clínica.
Por primera vez agacharon la cabeza, la altivez con la que llegaron había
desaparecido. Por último les advirtieron: “No vamos a permitir que con las
reformas el ejército invada nuestros domicilios, sin ninguna notificación o
emplazamiento. Si quieren penetrar arbitrariamente los recibiremos a tiros. No
nos importa que vengan uniformados”.
Al saberse la noticia, las redes sociales empezaron a contaminarse con
toda una serie de ofrecimientos de grupos de la sociedad. Comunicaron que unos
estaban orando por el restablecimiento de los heridos, otros grupos se
ofrecieron a tomar venganza y auxiliar a las víctimas por cuenta propia. Hay
una convocatoria generalizada para armarse con o sin autorización del gobierno,
en contra de la delincuencia y en contra de los que se hacen pasar como
autoridades. Un grupo de especialistas se ofreció para una investigación
técnica y científica para dar con el paradero de los responsables, y una
convocatoria real para crear en cada manzana un comando de ciudadanos
preparados para matar, porque se ha visto que es el único recurso que le queda
al ciudadano para defender a sus familias. Con este examen de conciencia de la
sociedad han llegado a comprender que la única forma de salvar a la familia es
ofreciendo la vida propia, por el inminente peligro que día con día están
expuestos los ciudadanos. Hay voces que desde ahora piden la destitución del
Presidente Enrique Peña Nieto, de funcionarios visibles encargados del desorden
público (gobernadores, triangulaciones, etc).
El caso del negocio de serigrafía “La Roca”, detonó la ira ciudadana. Y
es imposible detenerla, porque está en riesgo la vida humana, al grado de que
se organizan en grupos distintos para hacer una manifestación multitudinaria de
los ciudadanos en contra del Ejército, de la PGR, de los Ministerios Públicos y
en suma manifestar el descontento ante los funcionarios que representan las
instituciones por su marcada omisión ante el deterioro de Iguala que se
convirtió en la “Casa del horror”.