Por: Carmelo Corripio Pineda “El Búho”
La ideología es un interés. Se utiliza para fortalecer tu persona, tu
grupo o partido; te divorcias de la ideología cuando no te es útil, cuando te
cansó y se acabaron los argumentos, se convierte si estás en un partido en una
relación silenciosa. Se pierde la comunicación y la sustituyes con la crítica.
Después atacas sus principios, organización y decisiones, para que finalmente
transites o cambies a otro partido. La estructura política es la palabra, a
través de ella haces el trabajo político, que es un conjunto de ideas
filosóficas, lógicas y subjetivas, todas ellas irrealizables, si no amas
verdaderamente a la sociedad; si te acompaña el interés personal por el poder,
la riqueza o la gloria, se inicia el desacuerdo entre gobernante y pueblo, se
hace la discusión y el enfrentamiento, se polarizan los intereses y se rompe.
El divorcio político tiene su origen cuando la población descubre: ¿Por qué
estoy pobre? “Sabe que paga lo que se robaron los banqueros, junto con el
gobierno (FOBAPROA); proyecto y reforma de los Meade. Saqueo de la nación por
ex y actuales gobernadores; sumas incuantificables de ordeña de gasolina
cometida por más de 3000 guachicoleros, todos libres, solo 56 consignados;
acuerdo entre Peña y Calderón para el aumento incesante de gasolina; crímenes
de estado (los 43 de Ayotzinapa); Tlatlaya; los 72 de Tamaulipas; estafas
maestras; triangulaciones; fraudes; todos cometidos por el poder público, y que
además gozan con los salarios mas elevados, como los ministros de la suprema
corte de justicia, que perciben un millón de pesos de salario cada mes por 5000
de un obrero mexicano bien remunerado, o sea el ministro de la corte gana
doscientas veces más que el obrero, “para Ripley”.
A todo esto, se agrega el miedo, la inseguridad en que vive la población,
ante el desbordamiento del crimen, miedo que contagio a las autoridades
destinadas a protegernos, cuando un helicóptero militar por equivocación abrió
fuego contra una familia, confundiéndola con delincuentes, matando a todos,
para posteriormente disculparse con la opinión pública y los deudos.
Ante este escenario de horror en que está sumergido el país, dominado
por el poder público y la delincuencia, es tema de preocupación internacional.
En todas las cortes y organismos de carácter mundial, se emiten dictámenes del
preocupación e intervención equiparables a Siria y al terrorismo internacional;
a eso se debe el divorcio entre la sociedad y la política, entre la sociedad y
los partidos, entre la sociedad y el gobierno.
Ese mismo divorcio ocurre entre el hombre y la mujer, en materia
amorosa; recuerdo por que huí de ella: Después de un tiempo más o menos largo,
empezó a pelear, estaba peleadora, brava; era hábil alegando, no le ganaba; se
notaba que quería correrme de su casa, yo vivía ahí ¡Que quieres! --me decía--
¿Dime, qué quieres? Yo no decía nada, me di cuenta cuando empezó a declinar la
relación --cogíamos parados--. ¡Me acuerdo! Nos atraíamos los dos, en la
carretera, cuando me acompañaba a las audiencias, nos desviábamos del
pavimento, por una vereda boscosa, se iba bajando las pantaletas y arremetía
contra ella, incómodos contra la puerta del coche, pero ambos cooperando, fuera
de sí; bajo la regadera, sobre la tapa del wáter, haciendo un gran ruido y
amenazando en quebrar el depósito del agua; una vez en la corriente de un río
que hacía posa, un lugar solitario era una cañada, la corriente arrastraba a su
cabellera, tapándole parte del rostro hermosísimo ¡No lo olvidaré! Nos
buscábamos hambrientos, descompasados, de frente levantándole una pierna contra
la pared, o en su sillón girando como una nave entre la inconciencia;
desordenando la colcha y las sábanas, bufando con sonidos guturales por lo
arqueado que quedábamos. Se nos ocurrían cosas, nos poníamos cambiantes bajo la
luz de la luna, como rotando, dinámicos, éramos puro fuego. Después empezó la
caída, tendidos en silencio, de espaldas, aunque juntos sin movimiento, surgía
solo esporádicamente la relación por la vecindad de la cama, por el contacto
horizontal, parecía que la bestia interior agonizaba, la misma pose, el
misionero, todo previsible, nada novedoso, o quizá boca abajo casi ausente,
solo juntos, decía que estaba muy cansada --me advertía-- me quedaba en la
orilla sin meterme del todo en el hecho común, mas noche en la oscuridad me
deslizaba cerca de ella bajo la misma sábana sin tocarla, por temor al rechazo,
pasar la mano por su cintura o dormir con las tetas entre mis manos, besarle el
cuello o la espalda, separados por algo invisible, estábamos al lado pero
inalcanzables, en mundos diferentes. Muchas noches pasaba eso. Me quedaba
despierto boca arriba sintiendo respirar y creyendo escuchar la gota que
empezaba a sonar bajo la oscuridad, sin saber si escurría y si era cierto el
sonido. En realidad era el ruido exacto del insomnio, la gota del inconsciente.
Me tenía que ir al sillón afuera de la habitación, leer o escribir, hasta
quedarme ahí dormido, para después volver a la cama derrotado, con el dolor del
desencanto por la verdad presente. Me decía que estaba derrotado, nunca supe
bien por quien, ni por qué. Así pasé un tiempo en la lona, derrotado por mi
destino. Eran mis reflexiones constantes dentro de mi cabeza, esas dudas que
crecían como enredaderas y esos recuerdos cuando ella llegaba tarde arreglada y
perfumada a la casa, su esmerado cuidado de su persona, su peso y alimento. No
dije nada, no reclamé ni discutí, “me desaparecí, me buscó, no contesté, todo
se acabó".