Averiguación Falsa
Por: Carmelo Corripio Pineda “El Búho”
La primera carpeta de investigación sobre la masacre se sentó en la
mentira. Desde su inicio el pacto entre el gobierno estatal (Ángel Aguirre
Rivero) y el gobierno federal (Enrique Peña Nieto), se planeó en
responsabilizar al matrimonio de los Abarca, supuestas cabezas del Cártel de
Guerreros Unidos, atribuyéndose a policías locales como miembros de la
organización criminal, no obstante que en la averiguación todos los
sobrevivientes, alumnos de la escuela rural de Ayotzinapa, coinciden en que
intervinieron en aquella noche de terror policías locales, policías federales,
ejército disfrazado con ropa de calle, pero identificados por su corte de pelo;
incluso, establecen los testigos que hubo en el acto criminal equipos
especializados que montaron las metralletas en tecnología para desplazar sus
movimientos en todas direcciones. Los testigos señalan que los vehículos
pertenecían a diferentes corporaciones, que los alumnos acostumbrados a
enfrentamientos con las autoridades del orden público, diferencian con facilidad,
las camionetas viejas, desvencijadas y casi sin placas a los municipios, mejora
el medio de transporte utilizado por la PGR, generalmente de última generación.
Esa noche visualizaron vehículos del ejército, lo que demuestra su presencia en
la masacre. Hubo rondines de alto poder con motos especializadas, incluso
estuvieron presentes vehículos último modelo de color blanco y oscuro,
camionetas que son utilizadas generalmente por los altos mandos. Toda la
Avenida Juan N. Álvarez estaba ocupada por el circular continuo de patrullas,
desde el centro hasta el periférico, incluyendo calles contiguas a la gran
avenida. “No mentimos”___ decía uno de los testigos___ “Nos asombraba y
deslumbraban las luces prendidas de los faros que turbaban la visibilidad. No
veíamos, solo nos queda la impresión de un gran resplandor”. Esa noche todos
esos vehículos tenían por objeto destruir los tres carros que habíamos
secuestrado para nuestro evento en la Ciudad de México; los tres camiones que
estábamos a punto de salir al periférico norte fueron cooptados por patrullas a
la mitad de la calle, los estudiantes intentaron mover las patrullas para que
los dejaran pasar, pero fue imposible dijo Carrillas, cuando se inició el
ataque en contra de nosotros cuando vimos caer en el pavimento a Aldo___ yo
pensé que había sido por la movida de la camioneta y al acercarme un impacto de
bala había hecho blanco en su cabeza, orificio por donde brotaba un chorro de
sangre, traté de tapar el orificio, era imposible; los policías seguían accionando
sus armas para que nos quitáramos de ahí, y nos resguardamos de los impactos,
colocándonos entre el primero y segundo autobús___ dijo Francisco Chalma.
Entre los atacantes había policías municipales, estatales y federales,
distinguidos perfectamente por los logotipos en la parte trasera de los
uniformes. Los municipales usan su atuendo normal de policías, los estatales
llevan equipo antimotines y la leyenda de “Policía Estatal” en la parte trasera
de sus vestimentas. A pesar del testimonio de Fernando Marín “El Carrillas”, el
secretario de seguridad pública estatal, teniente Leonardo Vásquez Pérez,
declaró a la PGR que su personal no salió esa noche porque no había suficientes
elementos y que los que había se quedaron a proteger su cuartel. La PGR nunca ha
sometido a investigación a los policías estatales que estuvieron de turno esa
noche.
Carrillas narró como rafaguearón las llantas y los vidrios del tercer
camión cuyo fuego se concentró en el Estrella de oro número 1568, según
corroboraría después el peritaje hecho por la fiscalía en el que se detectaron
infinidad de orificios por disparos y múltiples impactos de esquirlas; “los
policías trataban de matarnos a todos”, narró Carrillas. En ese momento estalló
el terror, como testigos están los vecinos y clientes de los locales de comida,
los puestos de pollo, tacos y tiendas de abarrote, quienes cerraron sus
cortinas para resguardar sus vidas.
“Ya mataron a uno, ¡CULEROS!”, gritó desesperado un normalista del
primer camión. “¡BÁJENSE, BÁJENSE!”, gritó otro.
Los grupos de los dos primeros camiones se refugian entre los dos
autobuses, mientras Aldo sigue en el suelo agitando los brazos en el aire, los
estudiantes del tercer autobús quedaron aislados y solos.
“¡Ya mataron a uno, ya mataron a uno!”, exclamó un normalista
reclamando a los policías. Aldo sigue agitando los brazos con el último soplo de
vida que le queda. “¡Ya mataron a uno!”. Háblenle a la ambulancia, señaló el
mismo estudiante nuevamente con desesperación. En el transcurso del tiempo me
acerqué a un coche que estaba en el costado izquierdo para ver al compañero si
todavía tenía señas vitales o ya había fallecido, su cuerpo temblaba, le puse
mi playera en el cráneo de donde seguía saliendo sangre, declaró Francisco
Chalma ante el MP del distrito judicial de Hidalgo.
Transcurrió más de media hora de disparos. Dentro de los comercios la gente
lloraba; los estudiantes que estaban en la calle lloraban con desesperación,
desde sus teléfonos móviles comenzaron a llamar a sus compañeros para pedir
refuerzos, muchos de ellos grabaron en sus teléfonos las imágenes del ataque,
vecinos y comerciantes observaron que contra los estudiantes no solo disparaban
policías municipales uniformados sino también personas vestidas de civil. Por
parte de los normalistas no hubo ningún solo tiro, no iban armados, solo
llevaban unas piedras en el piso de los autobuses.
Una de las camionetas de los policías federales tenía encima el
aditamento para una metralleta y desde ahí disparaba a mansalva, atestiguó un
vecino que recordó el episodio lleno de terror. Ángel de la Cruz, otro alumno,
también vio esas patrullas, no era ninguna unidad municipal ni de Iguala o
Cocula, que asegura el gobierno de Guerrero o la PGR, nunca citaron este
aditamento, no obstante que aparece en el video.
El sonido de los rifles de asalto resonaba en la calle. Segundos
después se escucharon ráfagas de mayor poder, de armas de mayor calibre y
potencia. Los vecinos que estaban asomándose a las ventanas se tiraron al piso.
“¡No tenemos armas, no disparen!”, gritaron los muchachos. “Cuando dejé de
escuchar los balazos, me salí del autobús arrastrándome por la escalera y
después me metí debajo. Yo escuchaba únicamente gritos de mis compañeros, que
les gritaban que eran estudiantes; a los cuarenta minutos dejaron de escucharse
ruidos y disparos. Salí del autobús para cambiarme de ropa, bajé y me fui al
autobús que estaba atrás de mi para ver si mi compañero chofer estaba bien,
cuando observé en un costado de la calle estaba un compañero sangrando, se
notaba que estaba muerto…”.