Por: Francisco Rodríguez
¡Ya basta! ¡Tolerancia cero contra la corrupción!
En México ha llegado la hora de aplicar una política programática de
tolerancia cero contra la corrupción. El programa de Rudolph Giuliani basado en
la teoría de las ventanas rotas para combatir a los grupos delincuenciales
urbanos se quedó demasiado corto. Necesitamos un remedio de fondo que extermine
cualquier asomo de las prácticas nocivas, del salvajismo criminal, del arrase
de la corrupción.
Y es que la corrupción mexicana ha rebasado todos los códigos estructurales
y éticos, ha infiltrado todas las formas de convivencia, ha destrozado todo
principio de entendimiento. Cualquier grupo violento que se le trate de parecer
es como niño de teta en comparación con lo que hemos observado en México los
últimos años.
Los muchachos del Ku Klux Klan parecen blancos bobos aprendiendo a
incendiar, torturar y masacrar. Son incapaces de poner pauta. Su universo de
competencia fueron unos negros indefensos y abandonados. No hay punto de
comparación con la demencia de la delincuencia organizada complicitada con el
poder público en nuestro país.
La Camorra napolitana que sembró el terror en Palermo, Messina y
Catania, los delincuentes organizados de la mafia suriana que asolaron Sicilia,
desde Turín hasta Siracusa, no pasan de ser unas pandillas regionales abyectas
y desorganizadas. La ‘Ndranguetha calabresa estaría de rodillas solicitando
instrucciones. De hecho lo hace en Quintana Roo.
Corrupción mexiquita, peor que la de la Cosa Nostra
Aquélla consigna de Ronald Reagan a Giuliani, juez de Distrito de Nueva
York para que le echara el guante a los herederos de la Cosa Nostra que
Carlo Gambino había designado en su lecho de muerte: Paulie Castellano, John
Gotti, Neil, Genovese y compañía…
… capos y comandantes de los sindicatos de la construcción y el
transporte, los casinos, la droga y el juego, defensores de todos los
trastupijes de la AFL-CIO, madre de todos los prejuicios, crímenes y leyendas,
han pasado a formar parte del anaquel de las curiosidades. No tienen nada qué
hacer contra la mancuerna gobierno-narcotraficantes que nos ahoga.
Los viejos controles efectivos ejercidos por pezzonovantes (peces
gordos y padrinos) rodeados de impenetrables sistemas de lealtades, herederos
de tradiciones medievales de silencio y ejecución nacidas en Sicilia por la
necesidad de combatir al Imperio italiano que los atosigaba, han dejado de
poner la plana. Hoy bailan al son de los capos mexicanos, ejecutores de órdenes
llegadas de la Casa Blanca, el Pentágono y el Departamento de Estado gabacho,
sus auténticos valedores.
Los rostros de la corrupción imperante en México
El inmenso poder que ejercía Lucky Luciano en todos
los hipódromos, desde Santa Anita, California, hasta Aguacaliente, en Tijuana
–concedido por los gringos, por agradecimiento al mafioso que les consiguió el
paso de Anzio hasta Roma sin derramar una gota de sangre en la Segunda Guerra
Mundial para iniciar el triunfo europeo– es hoy una cantaleta de libro vaquero.
La enorme cantidad de recursos e influencia que Bugsy Siegel
puso en juego para hacer de un desierto la capital mundial del juego y la
prostitución en Las Vegas es un referente sin empaque. Igual los grandes
centros de diversión de Frank Sinatra en Salt Lake City y los monumentos
habaneros de corrupción al servicio de Meyer Lansky.
Todos los personajes tenebrosos de las cintas negras de Scorsese, Ford
Coppola, Brian de Palma, Allen, Pollack o Bogdanovich, parecen salidos de
comedias infantiles de Disney, cuando se quiere establecer un punto de
semejanza con los rostros de la corrupción imperante en México.
Tolerancia cero de Giulianni, para pacatos y gazmoños
En su momento, cuando los burócratas dorados mexicanos empezaron a
proclamar el programa de Rudolf Giuliani sobre la tolerancia cero, limitada a
un asunto de buhardillas, de violencia barrial, de decoración urbana, se
arrobaron con su existencia.
Sólo resaltaban sus éxitos territoriales, pero no sabían u ocultaban su
enorme máquina de corrupción y sus tormentosas inclinaciones pasionales. Se
entregaron sin parar en mientes con su propuesta de tolerancia cero, se rendían
ante un concepto que sólo servía para apuntalar éxitos de los Padrinos
republicanos que entronizaron a Bush I, II y hasta al fallido III.
Pudibundos, pacatos y gazmoños, los personajes de nuestra pobre
geografía ideológica se peleaban por arrogarse la titularidad y la oportunidad
de poner en práctica la franquicia de tolerancia cero, que les garantizaba
–ignorancia popular de por medio– el éxito seguro de sus novedosos
planteamientos.
Continuaron con la canaleta de la tolerancia cero los “gobiernos del
cambio”, panistas improvisados que lo mismo querían aplicar la tolerancia cero
contra los narcos menores en la frontera que contra las strippers de los table
dances de Monterrey o contra las simpáticas tapatías que osaran
despachar con minifalda en cualquier oficina burocrática.
Calderón la usó para proteger al Chapo, su favorito
Se llegó al extremo del ridículo, de la vergüenza ajena. Capitalizaban
la indignación de una muchachita violada que quisiera abortar un feto no
deseado, blandían sus armas contra cualquier encapuchado, cualquier lépero de
banqueta, contra la libre expresión y contra cualquiera que no fuera y pensara
como ellos. Parecía que la consigna de los blanquiazules Calderón y Fox era: tolerancia
cero, intolerancia, mil.
Pero por abajo de esas hipocresías de la supuesta práctica y creencias
religiosas, Felipe de Jesús Calderón Hinojosa echó a andar, por designio
extranjero, una guerra contra el narcotráfico que en el fondo fue la pantalla
de protección a la impunidad de El Chapo Guzmán y la
tolerancia inmune hacia la actividad del trasiego.
Provocó una guerra civil que ha llenado de sangre las calles y los
campos mexicanos. Sólo él produjo más de cien mil muertos, salvajemente
torturados, masacrados y expuestos a los ojos de la opinión pública, que
recibía el mensaje de la sumisión y la cooperación con los nuevos socios del
gobierno.
México, tierra de narcotraficantes protegidos por el Estado
Con las ciento cincuenta mil víctimas inocentes que ha aportado el
gobiernito de Peña Nieto, suman ya 250 mil muertos mexicanos los saldos de las
batallas por la insensatez y el colaboracionismo con los capos gabachos, los
verdaderos dueños de ese abarrote, los que nos utilizan como campo de prácticas
y cementerio de sus negocios sucios.
Ningún intento de negociación, ningún esquema, ninguna idea para sacar
partido de la condición de proveedores de la materia prima, de las tierras, los
laboratorios y las drogas que en principio son medicinales, con valor estratosférico
en el mercado de la salud. Todo al servicio de la inmundicia, con el único
propósito de obtener las comisiones y los moche$ de los entrambuliques.
México es una tierra de narcotraficantes protegidos por el Estado para
todas sus actividades, necesidades y caprichos. Los narcos apuntalan la
credibilidad del gobierno frente a los patroncitos extranjeros. Se coluden en
el reparto, saquean las maleta$ del producto y se exponen a las reprimendas,
feroces e ineludibles que vendrán sobre sus cabezas, tarde o temprano. Con eso
no se juega.
Es una gran oportunidad para el nuevo equipo que surja de la elección
presidencial del 2018. Ha llegado la hora de aplicar una política programática
de tolerancia cero. El pueblo, ascendientes y descendientes lo agradecerán.
Esto ya no aguanta mucho. Antes de que lo revienten desde afuera, ¡vamos
haciéndolo nosotros!
Desterrar para siempre los espantajos de la Comisión Nacional de
Seguridad, los organismos perjudiciales contra el secuestro, las policías
políticas y los mandarines que sólo sirven para trapear las inmundicias del
sistema, corrupto hasta la médula.
Meter mano entre los mandos superiores de las Fuerzas Armadas y del
llamado control político, al servicio de las agencias gubernamentales y
privadas extranjeras, con carta de nacionalidad mexicana, con permiso para
matar a mansalva a quien no coopere con sus encomiendas.
Ya es hora. ¿No cree usted?
Índice Flamígero: Se entregó a los tribunales el jefe de la campaña de Donald Trump,
Paul Manafort, acusado de lavar dinero –más de 18 millones de dólares–, en el
marco de las actividades proselitistas del neorepublicano. Aquí huye de la
justicia Emilio Lozoya, a quien se le imputa haber sido el puente para inyectar
millón y medio de dólares a la campaña de Enrique Peña Nieto, se defiende, en
libertad, alegando que se dañan sus derechos humanos. Allá es el Russiagate.
Aquí Odebrecht. ¡Vive la difference! + + + La encuesta Latinobarómetro
2017, que se realiza entre 18 países de la región, reveló que la mayoría de los
mexicanos no cree en la democracia del país y nueve de cada diez
consideran que el actual Gobierno no trabaja para el bien de todo el pueblo,
sino solo para beneficio de algunos grupos poderosos. A ello súmele que, más
del 90 por ciento de los mexicanos no confía en el actual gobierno, de acuerdo
a la encuesta del Pew Research Center, que mide el índice de satisfacción de 38
países. De acuerdo con los resultados, el bajo nivel de satisfacción de los
mexicanos con su gobierno pone al país por debajo de naciones como Líbano,
donde un 8 por ciento aprueba la forma de gobernar, de los africanos de Asia
Pacífico y hasta de naciones que han tenido problemas en años recientes como
Venezuela, donde un 25 por ciento aprueba el sistema y un 73 por ciento lo
rechaza. + + + ¿Y aún así los priístas dejan en manos de EPN la designación de
su candidato a sucederlo?