Zona Cero
Roberto Santos
La protesta no solo debe ser femenina
En México la
violencia ha dejado un saldo de cientos de miles de muertos y familias
afectadas. El daño a los niños, mujeres, hombres, son los fenómenos a los que
se enfrenta la sociedad mexicana en la actualidad, y en ocasiones se mira
impotente para frenarlos.
Hay que aplaudir
el coraje de las mujeres que han salido a la calle a exigir alto a la violencia
machista y a la violencia de género, dos demandas que se imponen ante el
incremento de los casos de asesinatos de feminas, algunos considerados
feminicidios, y otros no. Pero la protesta no solo debe ser de las mujeres,
todos deberían salir a exigir el cumplimiento de la ley y la justicia.
La sociedad
mexicana se ha ido acostumbrando tanto a la violencia que ya hasta se considera
normal, sin embargo, en la medida en que afecta la vida cotidiana y a la
comunidad, el entramado social se va lastimando cada vez más. Todos han sido
testigos de que los daños ya alcanzaron a los vecinos, conocidos, amigos,
familiares, y saben que cualquier rato les puede tocar a ellos.
Este fenómeno
merma la integridad y la dignidad de las personas. Su impunidad crea
resentimientos y se vuelve generadora de la misma.
El machismo es
una fuente de violencia, ya está identificado y es necesario como sociedad
trabajar en colectivo para modificar las pautas de conducta de los niños en el
seno del hogar. Las mujeres y los hombres padres de familia tienen esa
responsabilidad de terminar con la reproducción de la violencia en la familia,
y los gobiernos prevenirla y castigarla en el ámbito público.
De ser así, de
unir esfuerzos para erradicar la violencia en los hogares, no solo se terminará
con el machismo, también con el Bullyng, acoso escolar, la violencia en el
noviazgo, etc. Todo inicia en el hogar, queda claro.
La pregunta del
millón. ¿Cómo hacer cuando en México tenemos hogares destruidos o
disfuncionales, y familias sumidas en la pobreza y en extrema pobreza? Hay 21.4
millones de niños y adolescentes que en México viven en la pobreza. Esos niños
que no logran salir de esa situación se convierten en excelentes candidatos
para ingresar a pandillas y al crimen organizado, para derivar en secuestradores,
y sicarios.
Ya lo han dicho
los analistas: la miseria anula la reflexión de quien la padece y en su círculo
solo hay un imperativo: alimentarse.
Sin embargo, da
confianza que la sociedad empieza a organizarse para protestar en un primero
momento, pero se debe continuar en un segundo paso y entender que solo como
comunidad se puede generar mayor fuerza y las ideas, reflexiones y propuestas
posibilitarán crear salidas a la población sobre este fenómeno.
Es imperativo que
organizados se busque recuperar la legalidad y la normalización de la justicia.
No hacerlo, trae aparejado el riesgo de que se siga educando en la
indiferencia, con miedo y desesperanza, al creer que la violencia es normal y
que nada hay por hacer.
Pero no puede ser
normal que muchos se acuartelen para evitar ser secuestrados, que cierren
calles para sentirse seguros.
Hay que entender
que para que la violencia persista es necesaria alta dosis de impunidad, falta
de ley, complicidades, violación a la normatividad, y el uso del miedo como
instrumento fundamental para el ejercicio de la violencia.
Lesiones físicas,
humillaciones, amenazas, rechazos, negligencia, extorsiones, junto a la
desconfianza, y miedo entre las personas, dan origen a formas de polarización
social, desconfianza, resentimientos, odios, que están listos para
desencadenarse contra los otros. No por nada, cuando la muchedumbre detiene a
un secuestrador o violador, se descargan esas tensiones con infinita violencia,
hasta acabar con él.