Narra, sobreviviente del “5º. Autobús”

Narra, sobreviviente del “5º. Autobús” la

tragedia vivida en Iguala la noche del 26

 

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Alex, sobreviviente del ataque en Iguala, Guerrero, a los normalistas de Ayotzinapa. Foto: Francisco Cañedo, SinEmbargo

 

Ayotzinapa, Guerrero, 22 de septiembre (SinEmbargo).– La mañana del 27 de septiembre de 2014, ante personal de la Procuraduría General de Justicia del Estado de Guerrero (PGJEG) y a quien identifica como de “derechos humanos”, Alex, un sobreviviente del ataque a los normalistas de Ayotzinapa, declaró lo sucedido durante la noche anterior con el quinto autobús que tomaron 14 estudiantes en la Central Camionera Estrella Blanca de Iguala.

El joven estudiante, entonces de primer grado de la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos, llevó personalmente a las autoridades y a quienes se identificaron como defensores de derechos humanos hacia la salida a Chilpancingo, frente al Palacio de Justicia, para indicarles cómo llegaron hasta ahí en un autobús Estrella Roja y la forma en la que desapareció antes de las 11 de la noche.

“Fui yo y otro compañero sobreviviente quienes declaramos y llevamos a personal de derechos humanos a una reconstrucción. Ellos, los de derechos humanos, se llevaron las declaraciones, los informes, todo lo que declaré en la Procuraduría, por eso se me hace extraño que no se haya investigado eso”, dice en entrevista conSinEmbargo en una visita a la Normal de Ayotzinapa.

El 6 de septiembre, el Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI) de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) presentó un informe final sobre sus investigaciones en México en torno al caso y reveló que la Procuraduría General de la República (PGR), entonces bajo el mando del priista Jesús Murillo Karam, pasó por alto y omitió en el expediente la existencia del quinto autobús en el caso Ayotzinapa: un Estrella Roja con 14 normalistas, que fue vaciado a punta de balazos por elementos de la Policía Federal (PF) a la altura del Palacio de Justicia, en la salida Iguala-Chilpancingo.

Lo omitió bajo el pretexto de que ese camión fue abandonado por los normalistas inmediatamente después de sacarlo de la Central de Camiones de Iguala, porque se pusieron nerviosos y pensaron que no servía, de acuerdo con la declaración del chofer.

Esa declaración bastó para que la PGR desechara ese quinto autobús como evidencia y no consignara el hecho ni considerara ese autobús como escena del crimen, reveló el informe.

Pero Alex estuvo ahí esa noche y sobrevivió junto con sus otros 13 compañeros que tomaron el autobús Estrella Roja alrededor de las nueve de la noche en la central camionera.

El joven normalista fue uno de los ocho estudiantes que en un primer momento arribaron a la central de autobuses en un Costa Line y que fueron encerrados por el chofer del vehículo.

Luego de que el resto de los normalistas arribaran al lugar en dos autobuses Estrella de Oro en apoyo de sus compañeros, decidieron llevarse otros tres autobuses. Uno de ellos un Estrella Roja que estaba a punto de salir de la terminal sin pasajeros.

“El Estrella Roja ya había prendido, se estaba empezando a mover cuando lo paramos. Yo fui el penúltimo en subirse. El chofer nos dijo: ‘Sí vámonos. Yo tengo familia en Tixtla, ahorita nos vamos’”, relata.

Los estudiantes se relajaron. Empezaron a bromear, iba contentos. Entonces el chofer recibió una llamada, afirma Alex:

“Nos vamos para Tixtla con los chavos de la escuela de Ayotzinapa. Me agarraron y llevo un Estrella Roja”, dijo al teléfono.

Después de la llamada, el chofer les dijo a los 14 jóvenes que debía detenerse para entregar unos documentos. Llevaba un sobre de papel manila cerrado.

“Ya no voy a ir a donde iba. Les pido un favor: va a venir una persona por estos documentos”, les indicó.

–Está bueno, le damos cinco minutos párese por ahí, esperamos que vengan–, respondió el líder del grupo de los estudiantes.

Una mujer y un hombre llegaron enseguida en una motoneta, recogieron el sobre cerrado y se retiraron.

–Ahora sí vámonos. Yo tengo familia en Tixtla. Vámonos ya quiero tomar unas vacaciones–, les dijo el chofer, de acuerdo con lo que ahora cuenta Alex.

El autobús Estrella Roja siguió su camino y tomó Periférico Sur. Antes de llegar al Palacio de Justicia el chofer se detuvo. A unos 500 metros había alrededor de 10 patrullas y uno de los autobuses Estrella de Oro detenido. Varios policías municipales bajaban a los estudiantes y se los llevaban en las unidades.

En ese momento los 14 normalistas del Estrella Roja ya sabían que uno de sus compañeros estaba muerto.

EL AUTOBÚS QUE SE HIZO HUMO

El chofer se detuvo y se bajó del autobús para hablar con los policías que se encontraban en el lugar. Mientras ellos hablaban, los municipales apuntaron con sus linternas y sus armas a los rostros de los estudiantes. Empezaron a insultarse mutuamente.

–Son unos perros, ya mataron a uno de nosotros. Jálale, jálale, a ver si van a matarnos a nosotros también–, les gritó uno de ellos.

Los jóvenes empezaron a retroceder y a alejarse poco a poco del autobús. Caminaron dos cuadras. Los policías no los siguieron en ese momento. Entonces echaron a correr por el periférico y luego se escondieron en el monte. Empezaron a caminar alrededor y un poco antes de las 11:00 de la noche bajaron de nuevo a la carretera. El autobús Estrella Roja ya no estaba. Sólo permanecía en el lugar el Estrella de Oro con los cristales rotos y no había ni un alma.

Se reunieron los 14 estudiantes y decidieron caminar hacia el escenario de la Bodega Aurrerá, en donde fueron detenidos tres de los autobuses.

Caminaron sobre la carretera y vieron pasar las dos camionetas que entraban a Iguala para apoyar a los normalistas y ofrecer una rueda de prensa, en donde serían asesinados dos de ellos más tarde a quemarropa.

Entonces miembros de la Policía Federal vieron a los normalistas a bordo de sus patrullas y empezaron a perseguirlos a punta de balazos.

“Nos alcanzaron las patrullas. Luego llegaron camionetas de Protección Civil y se nos pusieron a los lados. Por detrás llegaron otras tres patrullas. Quedamos encapsulados en un espacio de 50 metros”, narra Alex.

Había entre los policías, hombres armados vestidos de civil apuntándoles, afirma el joven.

A un lado de la carretera había un arroyo y unas tablas. Los estudiantes se echaron a correr en medio de los vehículos.

–¡Ahora sí ya valieron madre! ¡Pinches chamacos cabrones!–, les gritó uno de los federales.

Alex relata: “Empezaron a aventar piedras y corrimos. Hubo insultos de ambas partes y nos empezaron a tirar y corrimos. Había un callejón y nos metimos por ahí, apenas alcanzamos a salir del callejón porque venía otra patrulla para encapsularnos, pero no alcanzó a llegar”.

Los normalistas corrieron despavoridos hacia un cerro y empezaron a subir unas gradas como pudieron. Se empujaban, gritaban, el miedo se apoderó de todos.

Una mujer gritaba desde los lejos: “¡No les hagan nada, los muchachos son inocentes no les están haciendo nada!”, recuerda Alex.

Entonces pasaron frente a la casa de la mujer que lloraba y gritaba y le pidieron auxilio. La mujer abrió la puerta y 10 de ellos se refugiaron, los otros cuatro, presos del terror, continuaron corriendo.

– ¿Por qué vinieron  a Iguala muchachos? No hubieran entrado aquí. Ese pendejo del Presidente [el perredista José Luis Abarca Velázquez] tiene bien vigilado todo. No hubieran entrado a Iguala–, les dijo la mujer.

Entonces les ofreció agua y accedió a que los jóvenes se quedaran hasta las cuatro de la mañana, escondidos en su casa.

Había un ventanal y desde ahí se podía ver hacia la carretera. Había patrullas rondando. Los estudiantes se acostaron en el piso. Algunos se quedaron dormidos, otros se mantuvieron en vela. A las cuatro de la mañana Alex se puso en pie y salió a buscar al monte a los cuatro normalistas que hacían falta. No los encontró y regresó.

A las cuatro y media de la madrugada salieron de la casa que fue su escondite y bajaron las gradas.

Caminaron agotados, hambrientos y asustados por la carretera, cuando sonó un celular.

Era uno de los normalistas que le avisaba al líder del grupo que una patrulla blanca los recogería y así fue. La unidad pasó delante de ellos y se estacionó 20 metros después. Luego dio reversa.

–¡Súbanse chavos!–, les dijo un oficial.

“Teníamos miedo. ¿Cómo nos íbamos a subir a una patrulla si nos habían perseguido? Luego vimos que venían otros dos compañeros nuestros ahí y nos subimos. La verdad yo tenía mucho miedo y mientras avanzaba yo pensaba en cómo le haría si nos querían hacer algo. Me iba a tirar de la patrulla”, dice Alex.

Los jóvenes fueron trasladados a las instalaciones de la PGJEG para que rindieran su declaración.

Ahí había sólo 60 de los más de 100 estudiantes que habían salido de Ayotzinapa el 26 de septiembre por la tarde.

Les dieron café y pan. Alex empezó a declarar lo sucedido en el quinto autobús. Más tarde empezaron a llegar los padres a preguntar por sus hijos.

Muchos se dieron cuenta, entrada la mañana, como a las nueve –doce horas después de la persecución–, que sus hijos estaban desaparecidos.

Cuarenta y tres normalistas que viajaban en los dos autobuses Estrella de Oro, se esfumaron esa noche.

UNA OPORTUNIDAD, PERO BAJO AMENAZA

La vida de Alex después de esa noche cambió. Hoy sigue en la Normal de Ayotzinapa. Ahora está en segundo grado y casi la mitad de su generación está desaparecida.

“Yo tengo metas, tengo sueños, siempre he tenido el objetivo de estudiar, salir adelante. Ese día fue algo feo y pues hay que sacar lo bueno de cada experiencia. Marcó mi vida y la de todos los compañeros. A lo mejor un día se me olvida, quien sabe, pero hoy me siento afortunado de vivir”, dice.

El 28 de septiembre Alex regresó a su comunidad y labró la tierra con su padre. Todo el día estuvo pensando en lo sucedido.

“Estuve pensando en mis compañeros y que yo tuve una nueva oportunidad más para seguir aquí. A veces pienso que cualquier cosa que me pueda pasar, son pequeñeces porque mis compañeros quisieran estar aquí, aunque les pasaran pequeñeces”, dice.

Cualquier situación es mejor que estar desaparecido, indica.

Aunque hace unos días recibió unos mensajes amenazantes de números desconocidos.

– No que muy cabroncito. Déjate de tus cosas, no vas a ser el primero, ni el último de Ayotzi–, le escribieron a través de Whatsapp.

Alex borró los mensajes.

“Me trataban de sacar información, me preguntaban que si de donde era. Aquí hay mucha gente que está amenazada”, dice.

El joven omite su lugar de origen y se cubre el rostro con un paliacate para tomarse una fotografía. No da apellido, ni apodo. Nada que lo pueda identificar.

No le gusta cubrirse el rostro, dice. Pero en esta ocasión, tiene miedo. Ha tenido miedo desde que sus 43 compañeros desaparecieron.

Miedo, tristeza y mucho dolor.