LECTURA POLÍTICA

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Iguala: hasta que el delito los alcanzó

Noé Mondragón Norato

 

El encono social crece y se multiplica. La tensión va en aumento ante la evidencia de que los 43 estudiantes normalistas de Ayotzinapa no aparecen. Reventó ayer cuando padres de familia, normalistas de ese centro educativo, y maestros de la CETEG, así como algunos infiltrados, incendiaron vehículos y hasta el Palacio de Gobierno. También se enfrentaron con antimotines en el Congreso local. A la violencia e inseguridad que permean a toda la entidad, se responde con esa misma violencia. Como si esa fuera la salida para solucionar un problema que se incubó durante mucho tiempo. Y que hoy sencillamente, estalló. Basta con pulsar algunos antecedentes al respecto.

HASTA QUE EL DELITO LOSALCANZÓ.- Los vínculos entre políticos y narcotraficantes no es algo nuevo. De hecho, el extinto columnista Manuel Buendía Tellezgirón, fue uno de los periodistas pioneros que investigó los nexos entre el narcopoder. Y esa investigación le costó presumiblemente, la vida. Su asesinato ocurrió el 30 de mayo de 1984. Gobernaba el PRI autoritario y presidencialista de esos años. No había de donde asirse para emprender investigaciones periodísticas temerarias. Ninguna democracia ni organismos internacionales que protegieran ni levantaran la voz a favor de la prensa. El poder público y las incipientes alianzas con los delincuentes aplastaban todo intento de libertades que las exhibiera. La sociedad mexicana no traspasaba el azoro y la conmoción efímera causada por ese tipo de crímenes. Era como si se diera cancha abierta a los grupos delictivos y a sus alianzas con muchos políticos. Pero la sociedad mexicana siguió pasiva. Vino luego el reacomodo de los cárteles de la droga. Se enfocaron sobre todo, en afianzar sus redes de poder. Y eso atravesaba necesariamente, la cooptación de ciertos políticos. Comenzó el proceso de financiar campañas electorales con dinero del narcotráfico y de otros delitos. Los barones de la droga se hicieron rápidamente del control en las decisiones fundamentales del país. Pusieron y quitaron autoridades. También diputados federales, locales y hasta senadores. Infiltraron a las policías. Y la sociedad mexicana apenas se alarmó con este tipo de complicidades. Incluso, en algunos círculos sociales se percibió como benévola para la economía nacional, la intervención del narcotráfico. A través de la cultura de los narcocorridos se fomentó de soslayo, esa actividad. Con letras violentas que exaltaban vicios, valentías y excesos, un ejército de jóvenes comenzó a ser reclutado en sus filas, enardecidos por la oferta de una vida mejor a través del dinero fácil. Pero la violencia de las organizaciones criminales no tiene límite. Así y en poco tiempo, comenzaron a proliferar cuerpos desmembrados. Cabezas regadas en calles de ciudades y despoblados como muestra del horror. Claro ajuste de cuentas de las mafias del crimen. Los ciudadanos lo percibieron así: “si eso le hicieron, es porque está metido con el narco”. O en el mejor de los casos, la justificación era otra: “por algo le pasó”. Es decir, mientras las acciones delictivas no tocaron a otros sectores sociales, todo estaba bien. La gente se acostumbró a convivir con la violencia del crimen organizado. Hasta que llegaron los hechos de Ayotzinapa, en Iguala. Muchas organizaciones sociales se pusieron la camisa de la indignación al “descubrir” que el ex edil de ese municipio, José Luis Abarca Velázquez, era parte integrante de un grupo delictivo. Y eso permite explicar hoy, la desaparición de los 43 normalistas. Es decir, a sabiendas de que era vox populi lo anterior, los normalistas fueron a provocar al alcalde prófugo. En cierto modo, sabían de los riesgos a los que se enfrentaban. Y no los midieron. Hoy, esa muchedumbre se torna incendiaria y anárquica. Asumen tener el poder para actuar como mejor les plazca, sin importar los derechos de terceros. Lo evalúan como la mejor forma de presionar. De fomentar e instalarse en una frecuencia muy similar a la barbarie proyectada por el crimen organizado. Pero cuando éste último fue creciendo, muy pocos se involucraron intentando detenerlo. Los más, murieron. Hoy, muchos demandan la renuncia de un poder público, cuando el delito fue cometido por un poder fáctico–los grupos delictivos- que contaminó muchas de sus esferas. Es decir, hasta que el delito los alcanzó, se dieron cuenta que el narcopoder era real. Y lo que pesa en realidad, son los años de silencio y apatía de una sociedad que al optar por ello, también fue cómplice de ese pútrido estado de cosas.

HOJEADAS DE PÁGINAS…Muchos aspirantes a cargos de elección popular ya lo están pensando bien antes de lanzarse a la palestra de la competencia electoral. Porque si se mira bien, el caso Iguala no solo afectará a la militancia del PRD, sino también a la del PRI que se hace la abnegada y sacrificada. Los coletazos de los eventos criminales recientes, apenas comenzarán a medirse. Pero sobre todo, a descubrir a toda la cauda de impostores.

dragonato@hotmail.com