“LA DENUNCIA”

“LA DENUNCIA”

Carmelo Corripio Pineda “El Búho”

 

La confusión prevalece después de los hechos del 26 y 27 de Septiembre en Iguala. A la fecha se cuentan 6 muertos y 43 desaparecidos. Se culpa a la clase política, a la cabeza municipal, estatal y federal; los condenados si imaginamos su calvario recogeríamos destellos instantáneos, crispados sus pensamientos oscilando entre la esperanza milagrosa y el desenlace final; apretados dentro de patrullas oficiales conducidos a lugares inciertos, en un espacio de tiempo demencial y caótico, injuriados, amordazados y golpeados por dementes. ¿Dónde están? ¡No se encuentran, no se sabe de ellos! Las declaraciones del Gobernador Ángel Aguirre dicen: “Algunos cuerpos en fosas no son de normalistas”; Murillo Karam dice: “Que aún no se puede confirmar quienes son”, opiniones contradictorias y polémicas -como ven- no hay nada; la esperanza flota. Ilusionémonos que esos 43 jóvenes estén vivos, que dentro de sus captores o secuestradores les llegue un motivo, un mandato de donde se programan las soluciones, como mensajes ilusionistas y se materialicen como un acto de magia y aparezcan.

Así ocurrió con Daniel Mena Duarte, secuestrado a finales del año 2011, según su chofer, el tráiler descompuesto se encontraba en el tramo Tonalapa- Xalitla, cuando llegaron los secuestradores, momentáneamente mecatearon al chofer, al mecánico y al joven Daniel Mena Duarte, pero sólo se llevaron a éste. El pánico, el pesar y la tristeza invadió a la familia, la madre no dejaba de llorar, esperando la llamada de los secuestradores que nunca llegó; presentaron la denuncia ante el ministerio público, quien en vez de investigar el delito y averiguar sobre los culpables, dirigió sus dudas hacia los denunciantes y les formuló un interrogatorio que casi culpa a Daniel Mena de pertenecer al crimen organizado, y dio a entender que el secuestro era un ajuste de cuentas; los denunciantes a ocho columnas declararon a la prensa como habían sido tratados y culpaban al ministerio público de ser aliado de la delincuencia. El M.P. nunca contestó estas imputaciones. El señor Mena, padre de Daniel, habló con el doctor Saldívar, radicado en la costa, amigo muy querido cuyas familias se reunían frecuentemente, y le contó todo. Saldívar le dijo a Mena:

-Hay una persona que hace tiempo curé y mis curaciones le salvaron la vida, me dijo que cuando se ofreciera algo relacionado con su trabajo (narcotráfico), que le hablara y que él lo ayudaría. ¡Déjame hablarle, confío en que me ayudará!

En ese momento entró en contacto con él, le dio el nombre del joven secuestrado y las fechas del acto: fue un viernes a las 10 de la mañana, Daniel Mena llegó a las 8 de la noche del siguiente día a su casa. El doctor Saldívar ya se encontraba reunido con los Mena. La declaración del joven a la familia les dijo que sus secuestradores lo habían tratado bien, cuando llegué a la “ESTACIÓN”, así le llamaban al campo de concentración de los secuestrados, quedé impresionado, éramos como 100, perdidos en un cerro de la Costa Grande. A mí nunca me amarraron ni me amordazaron como a los otros y me pusieron a trabajar inmediatamente en la cocina; los demás cultivaban distintas yerbas, el trabajo del personal era la droga y el secuestro; fue un episodio milagroso porque apareció como por arte de magia.

Demetrio Serfín

Cuenta que lo secuestraron por equivocación. Su mamá vendía gelatinas en el mercado, y él era talachero en una vulcanizadora. Una mañana al dirigirse a su trabajo en el Periférico Sur, lo levantaron, lo tuvieron incomunicado tres días, vendado, cuando lo identificaron los jefes, le gritaron al grupo: “¡Bola de pendejos, este güey no es el de la lana; su madre vende gelatinas y él es un pinche talachero, bájenlo a la carretera y que se largue a la chingada!”. No le hicieron nada, este es otro milagro.

Rosendo Rosas        

Hijo de comerciantes, originario y vecino de Ciudad Altamirano, cuando lo levantaron salía de un baile, estaba ebrio. Se lo llevaron a un lugar desconocido en su propio coche. Despertó con una cadena en el cuello y amarrado a un árbol, más allá, una casa moderna, salían las notas de los caballeros: “Reloj detén tu camino, porque mi vida se apaga, ella es la estrella que alumbra mi ser, yo sin su amor no soy nada. Rosas se había enterado de todo, le habían quitado su coche y entre los vapores del alcohol se percató que estaba secuestrado. La noche que pasó en el campo era fría, la cruda y el miedo que le recorría de arriba y abajo, lo tenían temblando. De repente salió de la casa una mujer blanca, joven, de ojos verdes, traía un plato con comida, y me sonrió; el miedo se me quitó, lo sustituyó el asombro y en esas condiciones le sonreí. Me dijo: “Le traigo de comer a mi perrito”. Nos miramos con simpatía: “Si quieres ir al baño me hablas, vengo yo o mi marido, a los cinco días negociaremos tu libertad”.  --Su marido, el sicario, de mirada fría era de una naturaleza silenciosa, casi no hablaba pero te inquietaba, sentías el peligro que emanaba de él, siempre sigiloso y sin emociones--. La casa la habitaban más sicarios, pero solo para dormir. En el día Celia estaba sola, lo soltaba de sus cadenas y comían juntos. En los días del cautiverio se hicieron amantes y no pudieron evitar las tormentas de sus sentimientos, cuando su marido estaba en casa y casi no podía hablar con él, le ponía las canciones que ambos disfrutaban cuando estaban solos; una noche fue a verlo y le dijo: “Mañana salimos todo el día con mi marido, te dejo la llave del candado de tus cadenas, me la pones en el buró de mi recámara, machaca el candado hasta que lo destruyas, para que no me culpen y te vas” --estas últimas palabras estaban acompañadas por un llanto incontenible, es nuestra despedida y lo besó--. Te buscaré aunque me mate Cirilo”. Días después Rosas llegó a su casa con muchos kilos de menos y quemado por el Sol, otro milagro.