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PREFIERO MORIR

Por: Carmelo Corripio Pineda

 buho

CESAR GALÁ, de naturaleza melancólica, era influenciable por lo que veía. Su pobreza lo sedujo hacia el dolor, sus vivencias rodeadas de carencias, construyeron una visión pesimista de la vida. La realidad se le presentaba hostil como era ella, su ambición por lo mejor lo frustraba, la resistencia de su destino le negaba las satisfacciones, sus preferencias y gustos, sus problemas de personalidad siempre múltiples, crearon su inestabilidad, su vocación no era la disciplina por el trabajo, cambiante su ser invisible, su yo, tomaba rutas al mismo tiempo, sobre cuatro o cinco caminos, sin terminar ninguno, los fracasos y reveces, levantaron un resentimiento que se transformo en complejo, sus críticas al orden, al éxito de otros, a los lujos que tanto le atraían se hacían inalcanzables; veía con claridad su procedencia, su familia limitada, sus barrios con tecorrales de piedra, habitada por campesinos, su ciudad chica y pobre, sus fuentes de empleo eran sus oficios, el comercio y la bracereada, ahí Cesar Gala creció al contacto con el yesero, carpintero, con los sastres, las vacas, los chivos y los caballos ocupaban las calles polvorientas zanjadas; pero era la época juvenil que se vive sin mucha consciencia, se vive porque existes, pero imperceptible las imágenes se graban en el subconsciente, y su cumulo te cambia, te despierta, concibes instintivamente que van formando un significado y que te empujan sin parar, los empleos, al contacto con los intereses, se sobreponen y las relaciones se hacen difíciles, porque en ese ámbito concurren para sobrevivir, el trabajo, la honestidad pero también el engaño y el disimulo, en su intercambio insano, de necesidades y explotación con ventaja para los mejor dotados, desde ahí empiezan las diferencias, las clases y las tendencias.

Un día Cesar Gala salió de su pueblo al Distrito Federal para continuar sus estudios, se fue en el tren que era el más económico, sobre los rieles corría una tarde hermosa, llena de luz, que iba dejando su claridad tras de sí, y haciéndose cada vez más gris, hasta hacerse negra al entrar a un túnel oscuro, donde caían gotas de agua helada, que al tocar la maquina se oían como fantasmas, como si quisieran detenerla, pero aquella hermosa tarde los iba dejando tras de sí sin tentarse el corazón, eran los pensamientos de Cesar Gala, que al entrar a un nuevo túnel se helo al intuir, que la muerte aguarda, paciente y sentada, llena de luto en cualquier recodo del camino, pues sabe que alguien, compartirá con ella las sombras que habita.

Al llegar al Distrito Federal la garra melancólica le obstruía la respiración, le esperaba la colonia Moctezuma donde viviría muchos años.

Cesar Gala, obtuvo su título de abogado y vive actualmente en la colonia narvarte; por efectos de su actividad litiga asuntos en la colonia Moctezuma, regresó a ella recientemente, su debilidad emocional le trajo los recuerdos de aquellos tiempos, RANULFO PANUNCIO, vendedor de alegrías, las que se venden a los niños en las escuelas, le contó lo siguiente:

“Pido freno, me bajo en la TORRES BODET, la escuela ocupa una manzana, ahí vendo mis alegrías, debidamente empaquetadas en celofán, después de la salida los niños desaparecen con sus papás, la calle queda solitaria, el pasado jueves en la reja de la entrada ya cerrada, contaba la precaria venta, un perro sarnoso olfateaba mis alegrías, le di una patada en el asicó y le dije vete a olfatear a tu madre; A lo lejos dos motos, el estómago se me encogió, --- me late que vienen por mi ---, las motos inconfundibles italikas, venían juntas y se separaron, una a la banqueta de la izquierda, a la derecha la otra. Ni para donde te hagas --- pensé ---, da lo mismo: elegí caminar por el centro del pavimento, vienen tres tripulantes por moto, son seis encapuchados, parece que seguirán su camino, --- los delincuentes se han motorizado pensé ---, pero nones: hacen alto en la esquina y uno de ellos salta y queda frente a mí. Veo el cañón del revolver frente a mis ojos y escucho: “Prexta lo que traes idiota, imperativo; nervioso el morro me apunta, y mete la mano a los bolsillos de mi chamarra, de mi pantalón. Tranquilo: le digo, no hay pedo; nervioso el morro me apunta con las dos manos pasa todo lo que traigas o tragas plomo. Patalea las bolsas de las alegrías que se desparraman, “el perro sarnoso contempla la escena”. No alegues y saco de entre mis calzones la bolsa del dinero de la mala venta del día, extiendo la mano al morro quien me sigue apuntando con su pistola y con una mirada vacía; quítate los tenis, la chamarra, el cinturón. Va; ¡chingale los pantalones!, gritan los demás tripulantes, morros todos, quizá ni quinceañeros, y se carcajea. Sólo el de la pistola denota nerviosismo. A chingar a su madre, me dice, a chingar a su madre ya, y con la pistola parece arrearme. Va. Aceleran y se largan con toda y mi credencial de elector, eso te duele: tienen mi dirección --- pienso ---, como si en mi dirección ocultara los más preciados tesoros, y pudieran volver para saquearlos.... tienen mi dirección.

Aceleré el paso, volteé varias veces, han desaparecido las italikas, ya para llegar a casa pego la carrera, empuje el desvencijado zaguán y “solomillo” me reconoce, llega hasta mi meneando el rabo, le pateo el osicio y se larga llorando y gimiendo en este valle de lágrimas.

Abro con cuidado, la boca me amarga, veo el altarcito a la virgen de Guadalupe, su veladora de cebo con flama lánguida. Ni siquiera pensé levantar las alegrías en el sitio del atraco. El drenaje derrama agua pestilente que permanece encharcada días y días, mi madre duerme, mis hermanos roncan, la humilde vivienda cálida, contrasta con mi cuerpo helado, deschamarrado, despojado de la venta del día, venta jodida. Me dice Panuncio que esta historia la escribió el cronista de Neza.

carmelocorripiopineda_@hotmail.com