Opinión

PATADAS BAJO LA MESA

Moisés Ocampo ROMÁN

 

Estos días de asueto por el día de nuestros muertos encontré mis sentimientos. Todo empezó por la visita a la tumba de mi abuelita Ninfa Santana, la mamá de mi mamá. Acudí a una tumba un poco abandonada, como los recuerdos de vida. Así estaba su tumba, quizá un poco fría. Después de limpiar los floreros y su lápida, me llegaron los recuerdos en forma deliberada. No acostumbro rezar, pese a que lo sé hacer. Sin embargo debo admitir que le di todo en vida. No me guarde nada con ella, y afloraron los recuerdos.

Mi abuela le llamaba a las cosas por su nombre, y también a las personas por su aspecto físico o condición humana. De lo primero debo admitir que lo heredé. Alguna vez llegó a mi casa molesta: “es que la bizca no me quiere pagar la renta, y también el puto se hace tonto y no paga”. Así era ella, muy sincera. Cuando ella murió en 1989 yo estaba estudiando en Chilpancingo. Esa tarde me encontraba en el cine del Conjunto Jacarandas con mi amigo del alma, Juan López. Sabía que mi abuelita estaba en sus últimos momentos. De pronto decidí hablar por teléfono a mi casa para saber cómo seguía, y sólo alcancé a escuchar: “Acaba de fallecer…”. Que dolor tan intenso sentí en mi corazón. Debo reconocer que mi corazón ha sufrido muchos descalabros de amor, pero muertes de alguien cercano sólo mi abue y unas tías. Pero también sentí un dolor tan grande al ver a mi amigo Félix Cepeda ir caminando destrozado atrás de la carroza en donde iba el cuerpo inerte de su hermano Raúl. Y hace 6 años mi corazón volvió a sufrir al ver despedazado en dolor a mi amigo Honorio Flores con la muerte de su hijo. La intensidad de aquellos dolores infames de mi corazón volvieron con la visita a la tumba de mi abue Ninfa. La sensibilidad de mi corazón nubló mi razón y entereza, y volví a sentir lo mismo con la muerte de gente tan querida, y que seguro estoy que Dios nuestro Señor los tiene en una zona VIP del cielo y la gloria. Amén.