Opinión

 “LAS TRES RAZONES DE SUICIDIO”

 

Carmelo Corripio Pineda “El Búho”

 

Dostoievski cuenta en uno de sus relatos, que por cierto su literatura gira casi siempre sobre lo enigmático de la conducta humana, sobre las increíbles riquezas que reposan más abajo de las apariencias, y que son motivo de acciones impredecibles como el asesinato que comete Raskolnicof en contra de la vieja prestamista de la novela “Crimen y castigo”, fundada su acción en los 10 millones de muertos producto de las guerras desatadas por Napoleón Bonaparte, y que el crimen que él cometió en contra de la prestamista, era tan solo para sobrevivir y poder aportar al mundo parte de su grandeza, así justifica su quimera o trastorno emocional de elevado rango.

Cuenta Dostoievski que uno de sus corresponsales lo puso al corriente de un extraño suicidio que quedó sin aclarar. Este suicidio visto de dentro y de fuera, era un enigma. Y teniendo en cuenta la naturaleza humana intenté resolver este enigma para quedarme tranquilo y en paz.

La suicida era una joven de no más de 23 años. En los periódicos se habló poco de ella, pero los detalles eran un tanto curiosos. Para suicidarse empapó su bata de cloroformo, después se envolvió con ella la cabeza y se tumbó en la cama, y así falleció. Pero antes de morir dejó una nota: “emprendo un largo viaje. Si el suicidio no se logra que se reúnan todos para celebrar mi resurrección con unas copas de vodka. Y si se logra, solo ruego que me entierren completamente convencidos de que estoy muerta, puesto que resultaría muy desagradable despertarse metida en un ataúd de bajo de la tierra. ¡Incluso podría quedar muy vulgar!

Esta tosca ostentación de la nota se desprende ecos de indignación y rabia. Y se pregunta, ¿Pero hacia quién? Sencillamente las naturalezas vulgares terminan suicidándose  por una causa material, visible y externa, pero el tono de la nota indicaba que no había tal causa. ¿Qué era lo que le indignaba? ¿La sencillez de lo cotidiano, el sin sentido de la vida?  Son jueces o dioses aquellos  que niegan la vida, y se indignan por la estupidez de la aparición del hombre en la tierra de su absurda casualidad, de la tiranía casual de la rutina con las que es imposible reconciliarse. En este punto se hace sentir precisamente el alma que se revuelve en contra de los fenómenos de orden y rectilíneos que se emplean en los hogares y que llevan esa dirección desde la infancia en la casa paterna. Lo más probable es que su espíritu no albergara conscientemente las así llamadas interrogantes, creía firmemente aquello que habría aprendido en la infancia, lo que significa que murió sencillamente a causa de las tinieblas y del aburrimiento que asolan al ser humano, es decir sufriendo en forma inconsciente e instintiva. Simplemente se le hizo irrespirable la vida, inconscientemente el alma no soportó el orden, la rectitud ni lo aprendido en la casa materna porque su alma exigía algo más complejo, algo más interesante.

Hace poco en todos los periódicos del país en San Petersburgo  apenas aparece en línea menudas sobre un suicidio ocurrido en la capital: una joven pobre, que era modista se había arrojado por la ventana desde el cuarto piso “por no encontrar trabajo para sobrevivir” se señalaba que se había arrojado por la ventana y había caído sobre la tierra sosteniendo una imagen religiosa sobre sus manos, esa imagen entre las manos es un caso raro ya un desconocido entre los suicidas. Este es un suicidio sumiso, resignado. Aquí, al parecer, tampoco hubo lamentos ni reproches: sencillamente le fue imposible vivir “DIOS NO QUISO” y ella murió después de rezar. Hay ciertas cosas que, por sencillas que parezcan, cuesta dejar de pensar en ellas, porque uno parece enteramente culpable de que sucedieran, esa alma sumisa, que se ha suicidado, lo atormenta a uno sin querer. Y fue justo esa muerte que me recordó el suicidio de la otra y sin embargo que diferentes, como si estas creaturas pertenecieran a planetas distintos, una muere por los tormentos del alma y la otra por los tormentos del cuerpo, pero si me permiten plantear una cuestión vana: ¿Cuál de estas almas sufrió más en la tierra?

Las razones anteriores , la del espíritu y la del cuerpo, corresponden a la ley natural, es decir, a la ley terrestre y aplica a los seres humanos que habitamos esta dimensión; esta fijación o adicción nacen dentro de nosotros mismos, forman parte de nuestra estructura orgánica, la sabia turbia circula amenazante y silenciosa dentro de la corriente de nuestra sangre y de los sentidos , su origen de esta vocación está soterrada dentro, dentro del cerebro de las células, es el ADN maligno el que prevalece, pero su decisión de desaparecer siempre es producto de un pensamiento, de una reflexión definitiva de disociarse de esta realidad, como un acto de venganza en contra de algo o alguien, por la decisión equivocada de entorpecer la existencia.

La tercera procede de afuera, llega de la vida cuántica o imaginaria, puede proceder de la influencia de las constelaciones siderales, o bien de los millones de partículas atómicas subdivididas en números que no se pueden cuantificar, y volátiles se introducen en todo su ser, se apropian del enamorado, de su espíritu, de su cuerpo, de su cerebro, de su corazón, lo convierte en esclavo y autómata y como rehén lo mantienen en vilo , en una atmosfera irreal, distante de la vida común, a la que asistimos las personas desprovistas de esa emoción; el enamorado hipnótico y fascinado por esa emoción alucinante, se dispara, se suicida, con la esperanza de encontrar allá lo que aquí se le negó.

Lo que cuento ocurrió hace veinte años aquí en Iguala, un estudiante de preparatoria de 1.90 de estatura, fino y bello, con atributos de primeros lugares escolares, y de comportamiento serio y responsable; llego a su casa, subió al segundo piso, se encerró en su amplia habitación, echó cerrojo, escribió unas líneas ordenadas de las que se desprendían un estado emocional de superioridad: dejó una nota: decía:

“no se culpe a nadie la responsabilidad es mía.” Demían.

Y se disparó en la sien, murió instantáneamente:

Después se supo que había dejado una nota a Celeste su prometida. Decía así:

 

 “Creí que me amabas, me era imposible que siquiera pensaras en otros, yo nunca pensé en nadie, más que no fueras tú. ¡Ojalá tengas la suerte que yo no tuve!” Demían.

 

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