Opinión

“SE FUE”

Carmelo Corripio Pineda “El Búho”

 

            Su padre y su madre vivían dentro de la vida común. El, era un niño más sensible que cerebral. Las tardes se pasaba sentado en el quicio de su puerta, pensando, viendo hacia el firmamento. Su conciencia precoz lo inducía en reflexiones sobre la existencia, sobre la realidad actual, su mirada tenía capacidad para penetrar la vida cotidiana. En su relación con las personas percibía en el sonido de la voz la verdad o la mentira; tenía precisiones sobre lo que producía la alegría o quien da seguridad a los vulnerables, comprendía las obligaciones y responsabilidades que aumentaba con el crecimiento de su vida. Lo doloroso e inexplicable para el era “donde estaba yo antes del nacimiento, donde estaré después de la muerte”, pero sobre todo se preguntaba sobre el dolor y el miedo que produce la agonía, el tránsito de esta vida a la otra. Ese cambio hacia la nada, le dejaba una sombra que lo perturbaba, terrible, amarga, que se convertía en terror. Las preguntas se sucedían sin detenerse:

            ¿Volveremos a sentir placer, identificaremos a nuestros seres queridos, estaremos juntos después de muertos, que habrá en la otra vida?: Sumergido en lo más profundo del pensamiento, Abel Sami se desmaterializó. La estructura orgánica de Abel desapareció, empezando por desintegrase en partículas indivisibles hasta volverse polvo. El polvo ya no fue visible, el viento se lo tragó. El alma se desprendió definitivamente del cuerpo en busca de nuevo refugio. Ahora el alma ascendía volando, estaba consiente, le daba miedo el espacio sideral desconocido para él, superó la gravedad, luego la atmosfera, pensaba que el infinito podía esconder terrores subreales con los que no podía combatir y que estarían ahí desde el inicio de los tiempos. Sabía de los hoyos negros que todo lo devoran, las inmensas zonas muertas de la nada, sin luz ni sonidos, sin movimientos ni vibraciones, inmóviles, erguidas como una amenaza que acecha y que advierte a tu corazón que todo lo percibe. Con un temor subyugante continuó volando, se veía solo en esa inmensidad. Su cuerpo transparente ya no era el mismo, estaba constituido de energía pura. Llegó a un lugar con apariencia montañosa, esas cordilleras elevadas se perdían a su vista, más allá de su comprensión. Estaban formadas de éter o de fluidos gaseosos y se movían constantemente a un ritmo armonioso que producía un sonido de melodía. Esas montañas eran alimentadas por una cantidad de aguas cristalinas que procedían de diferentes corrientes donde florecía la vida universal. Era un oasis que había encontrado en su camino estéril por el espacio, era sublime jamás imaginado. Abel contemplaba arrobado la gloria donde nos enseñaron que ahí vive Dios, cuando de pronto escuchó una voz dulce: “Oh, eres tu, a quien yo siempre he conocido y que vienes y te vas en los treinta mil días de un siglo”. Al escuchar Abel Sami esa sentencia, reconoció que su mente y personalidad había perecido, se habían borrado y que su espíritu divino había resucitado después de muerto y recordó que cuando ascendía al espacio   su cuerpo se había desintegrado allá en la aventura terrestre que había vivido. Por primera vez conocía la felicidad, se sintió seguro como si le hubieran quitado de encima un peso mortal que constantemente experimentaba en su vida terrestre.