Reportaje

SANTA CLAUS EN EL CERESO

Rosario García Orozco

 

Esta mañana no fue como cualquiera. Todos están desvelados por la reunión de navidad. En esta familia desde hace tres años no se prepara la tradicional cena a base de pavo o pierna de cerdo, romeritos, tortas de camarón, bacalao noruego y ponche; y el consumo de alcohol es moderado.
La noche del 24 de diciembre la casa se llena de familiares y amigos que llegan a colaborar en la elaboración de comida para repartir en los hospitales. El acompañamiento es café, atole, jugos y aguinaldos; pero este año hubo cambio de planes.

No se haría el recorrido nocturno en los hospitales porque el año anterior se dieron cuenta que ya hay varias familias que comparten los alimentos con los familiares policías que vigilan la seguridad de esos lugares.

Decidieron visitar el Reclusorio de la comunidad de Tuxpan, donde hay una población de 600 personas, y lamentablemente muchas de ellas no reciben visitas de sus familiares y algunas sólo eventualmente. Son pocas las afortunadas que tienen familiares o amigos que los van a ver y aligeran su encierro.
El menú está compuesto por tortas de mole, ensalada de pollo y jamón; jugos y aguinaldos para los niños; porque se enteraron que algunas mujeres recluidas en el Centro de Readaptación Social (CERESO) tienen consigo a sus hijos menores de edad.

Al llegar se solicitó permiso para entrar y darles una muestra de solidaridad a quienes purgan sus condenas en ese lugar. No hubo ningún problema para entrar. Los directivos del CERESO y los vigilantes vieron con buenos ojos que haya quienes realicen ese tipo de labor.

¿Son de algún partido político? --No. Contestaron los entusiastas ciudadanos-. ¿De alguna religión? --No. Repitieron-. ¿De alguna organización social? --No. Tienen algún familiar aquí? –No. Solo somos ciudadanos comunes y corrientes. Dijeron.

Fueron conducidos por un policía hasta el comedor de visitas. Ahí fueron llegando poco a poco los reclusos. Sus rostros reflejan gratitud. Algunos con un poco de pena se colocaron en algún rincón y cuando se decidieron se acercaron.
Había quienes traen en sus manos materiales con los que tejen bolsas y monederos que posteriormente entregan a sus familiares para que los vendan y obtengan un poco de dinero para sus necesidades básicas.
Se escuchan frases como “gracias”, “Dios les de más”, “Dios se los pague” y otras. Hay quienes preguntan ¿por qué lo hacen?. La respuesta es: “porque queremos que sepan que Dios los quiere mucho y no importa lo que hagamos. Somos sus hijos y nos cuida y nos perdona si se lo pedimos de corazón”.
Para Ma´ Lupe es importante decirles con este sencillo hecho que “pasando las rejas de este lugar hay quienes piensan en ustedes y que los llevan en sus oraciones. Cuando salgan de aquí traten de no volver a cometer el mismo error y sean gente de bien”.

También hay solidaridad en ese lugar. Un joven se acerca y pide una torta más para su compañero que está enfermo y no pudo ir hasta el comedor.

Me regala una torta para mi compañero? –Sí claro, contestó Lalo -. Pero ojalá y tenga sin chile para que no le vaya a hacer daño. Y recibió una de ensalada de pollo.

Los aguinaldos también fueron solicitados por los adultos. –Es que aquí no es fácil que haya dulces-.

Las señoras, algunas jóvenes, algunas no tanto, desfilaron por el lugar y varias de ellas venían acompañadas de sus hijos; pequeños que crecen en ese ambiente y en el encierro pagando solidariamente el error de sus madres.

Terminó la repartición. Fue un apoyo sencillo, pero la idea era que recibieran una muestra de afecto.

Ver sonreír algunas caras duras y recibir el saludo de manos rudas o un “gracias” de hombres tatuados y mal encarados fue gratificante. Tanto así que llegando a casa, la familia planeó que el próximo mes harán una colecta de juguetes para los niños de las reclusas; ropa y zapatos en buen estado para la población penitenciaria de ese CERESO.