Vialidad Caótica
Guillermo MEJÍA Pita
Vivimos en un pueblo donde lo caótico es una constante. Lo peor de todo
es la vialidad en las calles que van de la mano con el comercio informal.
Aunado a esto también tiene que ver el influyentismo de lidercillos,
políticos, periodistas entre otros; el compadrazgo, al amiguismo y la falta de
ética para aplicar el Reglamento con todo valor ¡cero tolerancias! ¡Cero
solapamientos! ¡Ninguna consideración!
En Iguala, municipio del Estado de Guerrero, México, todo es posible.
El anarquismo en cada esquina. La autoridad responsable de la vialidad ni
existe. Y si la hay, no se ve por ningún lado.
Es una ciudad con no más de 150 mil habitantes, pareciera que cada uno
cuenta con su vehículo, pues así se observa en todas las congestionadas calles,
que van desde las céntricas y angostas hasta el mercado municipal y se
extienden por diferentes puntos de la localidad.
Los más tercos que ocasionan el caos vial son los conductores del
transporte público, quienes valiéndoles una pura y dos con sal, suben y bajan
el pasaje donde mejor les acomoda, sin importarles entorpecer el tráfico
A estos se suman los “millonarios” padres de familia, quienes en horas
de entrada y salida de las escuelas, tanto públicas como particulares, llevan a
sus hijos hasta la entrada de cada plantel, donde les dan su beso, los
persignan y se dan tiempo para recomendaciones, ocasionando también el
entorpecimiento de la vialidad.
Y así, unos con otros se entorpecen el paso, contaminando el ambiente
con ensordeceros claxonazos, para tratar de agilizar el tráfico, ante la mirada
impotente de unos incapaces agentes de la vialidad, que día con día se la pasan
con el pito en la boca, lanzando estrepitosos ruidos, sin que nadie,
absolutamente nadie les haga caso.
¿Y el Reglamento? ¡Bien, gracias! Por ahí, empolvándose.