ALGO MÁS QUE PALABRAS
Víctor Corcoba Herrero
**Dejémonos
observar, cultivando los sueños
**“Cualquier
análogo a nosotros es una escuela de vida”
Naciones Unidas nos comunica unos
datos verdaderamente conmovedores. Inserto el párrafo: “Actualmente, existen en
el mundo mil ochocientos millones de jóvenes entre los diez y veinticuatro años
de edad.
Es la población juvenil más grande de
la historia; sin embargo, uno de cada diez vive en zonas de conflicto y
veinticuatro millones de ellos no asisten a la escuela. La inestabilidad
política, los desafíos del mercado laboral y el limitado espacio para la
participación política y cívica han llevado al aislamiento de los jóvenes de
las sociedades”. Grave error el de acordonarnos, cuando lo fructífero es
abrirse a los demás, convivir junto a ellos, proyectar vidas en común,
favorecer el encuentro, escuchar a los que nadie quiere escuchar; y es, por
ello, que nos hacen falta liderazgos mundiales que nos armonicen, sin excluir a
nadie, incorporando otros lenguajes más desprendidos y centros de enseñanza
para todos los chavales.
Hoy por hoy, lo que manda es el
dinero, aunque la gente hierva entre angustias y desprecios, eso sí, con
multitud de amigos virtuales que te hacen sentir aún más solitario, pues son
las relaciones frente a frente las que nos humanizan y nos ayudan a superar las
controversias. Ante esta soledad aislante que se empecina en imponerse en
nuestra vida presente, propongo salir a estar con la gente, a mirarse cara a
cara, a verse en los demás, para poder marchar de esta burbuja de intereses y
socializarnos humanamente.
Por eso, es saludable para la propia
convivencia dejarse observar por nuestros análogos, desde el respeto y la
consideración de un espíritu libre, teniendo acceso de este modo al curso de la
realidad, a los hechos, cada uno de ellos dentro de esa innata dinámica social,
por la que cohabitamos y existimos. En esto los abuelos, con su
cátedra viviente a las espaldas, pueden ayudarnos a entendernos. Por desgracia,
vivimos un momento en el que los ancianos tampoco cuentan, y esto es grave,
gravísimo, sobre todo porque su historia se enraíza en nuestra vida. Unos
moradores que no atienden a sus predecesores no tienen corazón y tampoco tienen
camino. Lo han destruido con su propia indiferencia.
Naturalmente, es a través de esta
galopante apatía como hemos llegado a esta atmósfera inhumana que padecemos.
Personalmente, ante esta deshumanización me gusta aguzar los sentidos y siempre
veo a una mujer armonizando, ofreciendo ternura, comprensión y coraje. Por
cierto, recientemente llegó a mí un manifiesto de diez chicas participantes en
unos talleres de empoderamiento, en el que lejos de ser excluyentes, fomentaban
el apoyo de familiares y amigos. A propósito, decían: “No queremos que nos
regalen las cosas, sino lograrlas por nosotras mismas. Queremos ser admiradas.
Si nos caemos, volver a levantarnos. Confiamos en nosotras mismas y necesitamos
desarrollarnos, crecer y cumplir nuestros sueños”. En efecto, cada uno de
nosotros es parte de un hogar, de un pueblo, de una humanidad, para la que
hemos de trabajar todos en conjunto. Desde luego, los anhelos deben hacerse
para crecer interiormente, probarse y compartirse. En consecuencia,
nadie puede ser marginado, es tiempo de hacer unidad y de no encerrarse en uno
mismo.
Está visto, que por propia naturaleza
humana, todos, seamos hombres o mujeres, tenemos una misión que llevar a buen
término, sabiendo que lo fundamental es que nuestros propios sueños sean fructíferos.
Activemos, por tanto, el deseo de soñar en grande, que nadie no los robe. ¿Por
qué no imaginar un planeta sin muros? ¿Por qué no meditar sobre otras
fortalezas que no sea el don dinero? ¿Por qué no anhelar otros horizontes menos
dominadores y más libres? Además, ¿por qué quieren que yo sea el que no quiero
ser? Ciertamente, es cuestión de interrogarse, de buscar puntos de referencia,
de apasionarse por vivir liberado de cadenas, aún a riesgo de obligarme a
emigrar de mi zona de confort.
Seguramente, en este caminar cotidiano
en el que somos multitud haya que arriesgarse para ser único como el verso y
uno en ese amor auténtico, franco y animoso. Acá está el recuerdo, siempre
vivo, del autor británico Vidiadhar Surajprasad Naipaul, ganador del Premio
Nobel de Literatura en 2001, fallecido recientemente, afanado en convertirse en
su propio maestro a través del lenguaje de los latidos, haciéndose tan fuerte
como soñador. Sea como fuere, más que nunca requerimos de una mayor inclusión,
al menos para poder acariciar el sentimiento propiciado por otros contextos, a
veces incomprendidos y en otras ocasiones ignorados. Al fin y al cabo, y a
pesar de los muchos pesares, lo importante es aguzar el oído, luego saber mirar
y ver, para seguidamente poder enhebrar el sueño; y, al fin, poder despertar,
con la esperanza del deber cumplido sobre los labios de la esencia del yo en
nosotros.